En mi continua práctica con el lenguaje del cuerpo y sus capacidades de comunicación en escena, siempre he buscado pautas relaciónales con los cuales dialogar, creyendo que es la mejor forma para que la escena esté “viva”, cargada de veracidad y singularidad. A estas pautas las llamo anclajes, y son todas aquellas situaciones en relación que nos permite generar un momento escénico desde la improvisación.
Los anclajes pueden ser todos aquellos elementos y tareas que el interprete se puede vincular a la hora de improvisar, ya sea el ritmo, un objeto, otro intérprete, la construcción del espacio, las luces, la poesía, la palabra, la música, un texto…
Pienso y creo que el entrenamiento de un interprete pasa por estar vinculado y en dialogo constante con la escena, y la escena se puede componer de todo esto mencionado, necesitando de una compresión de sus elementos para tener más posibilidades de respuestas con las que dialogar, aunque el lenguaje que predomine en la escena no sea el habitual con el intérprete se relacione.
Siento que el dialogo escénico funciona como cualquier otro dialogo, cada una de nosotras tenemos un discurso, unas respuestas construidas desde las experiencias precedidas con las cuales interaccionamos, pero este discurso cambia ligeramente de un día para otro, nuestra opinión y respuestas están en constante evolución gracias a la vivencias que sirven como referentes ante estas respuestas. Con el dialogo escénico ocurre lo mismo, por eso creo que es importante entrenar situaciones propias del momento escénico, abiertas a la improvisación que construya vivencias escénicas que nos permita opinar en la escena.
Imaginando que es así, me gusta plantear en mi práctica un lugar de encuentro, donde nutrirse de experiencias con interpretes que dialogan en la escena desde diferentes artes. El entrenamiento que se plantea surge propiamente del acto de encontrarse, otorgándole importancia al hecho en sí, para que sirva de acogida sea cual sea la expresión dominante por la que se expresen los intérpretes, y se establece desde unas pautas mínimas para que el diálogo ocurra. La pauta general que se presenta en el encuentro, es la de la composición instantánea.
Los diálogos que se abren siempre tienen que ver con los recursos artísticos y conceptuales que cada una de las partes participantes quieren exponer desde la improvisación en el momento y siempre desde su mirada crítica como artista. Se plantea una responsabilidad hacia cada interprete para abordar la escena que dependerá de su opinión, comedida por aquellas respuestas que quiere sumar a la escena.
Para generar un cierto orden y permitir que el dialogo fluya en la composición instantánea. Se plantean 3 posibles roles con los que ocuparse a la hora de improvisar; el dinamizador (aquel que propone estímulos), el acompañante (apoya la escena y las ideas del dinamizador) el observador (sostiene una actitud reflexiva que intenta entender el dialogo que se produce). La ocupación de un rol o otro es decisión propia de cada artista y esta abierta al cambio y número de interpretes que ocupan el mismo rol.
En la foto un interprete dialoga desde su saxo, preguntado con estímulos sonoros a tres interpretes que responden desde su danza, con una relación intima entre ellas donde el contacto pasa a ser otro canal de comunicación. La foto genera una poética de un momento único, irrepetible pero que queda en la memoria sensitiva de estos interpretes y que genera un precedente para que en próximas actuaciones sirva como referente ante otros posibles momentos similares.